Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

sábado, 15 de junio de 2013

Seamos prudentes.



Hace poco, alguien de mucha confianza le propinó, en mi presencia, una cariñosa-palmada-en-la-nuca-con-la-mano-abierta a la más pacífica de mis hijas, que ya tiene ocho años.
Ella, totalmente desacostumbrada a este tipo de gestos, puso un careto de total desconcierto, se quedó bloqueada, sin saber como actuar. Me miró como pidiéndome una salida, una explicación.

Eso se llama recibir una colleja, Julia.
Intenté inmutarme lo menos.
 Lo mejor que puedes hacer para la próxima es darte la vuelta y devolver, como poco y con mucho acierto, un bofetón. Y como mucho, y con más tino todavía, una certera patada en la entrepierna.
Quien me escuchó, alucinó. 
Y me reprimió diciéndome que esos consejos no eran propios de mí.
Es verdad.
Nunca se me había ocurrido antes decirles a mis hijas que solucionen la violencia con más violencia. 
Pero por lo menos a Julia, ante lo insólito de la situación, le dio la risa y salió del paso.

Y es que, lo siento, pero es un gesto que aborrezco tanto… que, en todos los años que tengo, todavía no he llegado a la conclusión de qué me hincha más las narices: 
Si la colleja que, por su propia naturaleza, suele provenir de alguien de confianza. 
O que, precisamente algún ser que casi no conozca, aprovechando mi justa estatura, me pase el brazo por los hombros como si tal cosa, para demostrarme una simpatía que normalmente no es correspondida.

Ambos ademanes me dejan tan noqueada  como se quedó Julia el otro día.

Y como los considero dos aspavientos totalmente prescindibles, sólo pido que, por favor, a quien tuviera la tentación de usarlos: 
En vez de una colleja, como se supone que existe la confianza, dé un abrazo. 
Y el que no intime lo suficiente, en vez de apoyar su brazo en un hombro desconocido, considere como suficiente dedicar una sonrisa. 
A riesgo, sino, de que alguien se quede con las reprimidas ganas de atizarle la patada en los mismísimos  cojones.