Para bien o para mal, por distintas circunstancias, en esta vida me ha tocado algún que otro peregrinar. Ello ha conllevado el tener que despedir, recibir, conocer gente... algunas de estas personas me han concedido el privilegio de considerarse mis amigos... y muchos, aún hoy, siguen siéndolo.
Gracias por estar ahí.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Y... ¿Cómo no?

Uffff. Para entender lo sucedido, hace apenas unos días, debería remontarme mucho, pero que mucho, tiempo atrás.
 A temprana edad, antes de tener que hacer la primera comunión, dejé de creer.
Mi negativa ante el tener que comulgar por aquel entonces, quedó zanjada por una simple pregunta y su más sencilla respuesta.

-Mamá, ¿puedo tomarla cuando quiera y cómo yo quiera?-
-Claro Alejandra. Lo puedes pensar todo lo que necesites-

Y hasta hoy sigo cavilando.
Aquello de confesarme con un extraño, vestirme de princesa, ser la prota y tener que creer en la justicia de un Dios que nunca he encontrado, continúa sin convencerme.

Así que, cuando escolarizamos a Julia, me pareció bien que ella recibiera sus clases de religión. Me pareció bien que alguien mejor formado en la materia se lo explicara.
Pensé que, en su momento, al igual que yo lo hice, ella tomaría su decisión. Y parece que la va formando.

Como decía, hace unos días en la clase de Luisa hubo un cumpleaños y ella salió del cole con un inmenso cucurucho de kiosco. En casa lo sacó todo y como no era capaz de decidir que golosina le gustaba menos o más, se descolgó con que tenía muy pocas chuches.

A veces pienso que no es lo más razonable. Pero contesto:

-¿Qué tienes pocas? Pues puedes creerte que habrá muchos niños en el mundo que en toda su vida no habrán visto ni siquiera una.-

Julia también pululaba por allí. Y por eso, a propósito, lancé uno de mis globos sonda. Como si hablara conmigo misma:

-Está claro que si existiese un Dios no permitiría estas injusticias.

No lo hice con la intención de convencer, sino de indagar. Era posible que Julia ni siquiera me hubiese escuchado. Pero sí lo hizo y, con cierta indignación, tuve respuesta:

-Mamá. Haré como si no hubiese oído lo que has dicho-.
-¡Andá! ¿Por qué? ¿Qué he dicho?-
-Que Dios no existe-.
-No Julia, ya te he dicho que Dios existe en el corazón de quien cree en él.

 Y ahí quedó el tema. Regresó a sus juegos.

Pero la intriga me consumía... Cuando ella volvió por la cocina, no pude contenerme:

-Que digo, Julia... ¿Qué cuales son tus opiniones, entonces, para creer en Dios?-
- ¿Qué te voy a contar? Si no te importa, Mamá.-
-¿Por qué no me importa?.-
- Porque tú no crees en Dios-

A lo cual tuve pocas más salidas que el repetir mi respuesta tipo para estos casos.

-Pues entonces, Mamá, ya tienes un motivo para creer en Dios. Que él está en mi corazón.-

 Hasta al Dios más grande le sobraría espacio para vivir allí.
Acaba de cumplir ocho años. Y se las gasta así. Un día de estos me convierte.

Y, lo que es más curioso, es que ella no quiere recibir la primera comunión. Me da la sensación de que lo que le asusta es toda esa parafernalia...
Lo mismo, en algún momento, se plantará su camiseta del dragón, sus vaqueros, sus deportivos negros, pasará de la forma más discreta y tomará su propia decisión. En ese momento, para ti todo mi apoyo, Amor.